Qui l'articolo in italiano di Calogero Bonasia
Hay cosas que se hacen por vanidad, otras por necesidad. Hay obras que se escriben por el deseo de dejar una huella, y otras que se escriben porque no se puede hacer de otra manera. La diferencia, que parece sutil, es en realidad abismal. El primer caso produce rastros —a menudo efímeros, decorativos, repetitivos. El segundo genera frutos —duraderos, nutritivos, a veces incómodos, pero necesarios. Así es también la creatividad: puede quedarse en un juego ornamental o convertirse en un acto generativo.
Quien crea, si realmente crea, no está satisfecho con el gesto. No está satisfecho con los aplausos, el pasaje, la respuesta. Aquellos que realmente crean — y no imitan, ni repiten — trabajan con el fin de dejar algo que no sirve solo para ellos mismos. No se trata de generosidad, sino de posición existencial. De responsabilidad.
crear no es solo un gesto de generosidad, sino de posición existencial. De responsabilidad.
Aquella obra que no genera consecuencias —que no invita a la reflexión, no transforma, no impulsa al cambio— se queda inerte. Es como una fruta sin su semilla. No se trata meramente de calidad, sino de la dirección que toma. Uno puede escribir el libro perfecto y aun así no provocar nada. O, por el contrario, se puede balbucear una verdad de forma burda y aun así alterar el paisaje interior de quien la escucha. La diferencia radica en esto: la huella es señal de que se ha transitado; la fruta, de que se ha estado presente
Cada acto creativo digno de ese nombre debe contener una semilla. Algo que puede echar raíces, en otros, en otros lugares. No es una cuestión de pedagogía, ni de moralidad. Es una cuestión de fisiología del significado: para estar vivo, el gesto creativo debe extenderse. Como ciertos árboles que no florecen para sí mismos, sino para el viento.
A la hora de la verdad, el arte —cuando es de verdad arte— siempre ha tenido esa capacidad de permanecer. Incluso cuando no lo declaraba. Incluso cuando no lo sabía. Un verso de un poeta fallecido hace siglos puede hoy salvar una vida. Una pincelada, una pausa en una película, una frase escrita sin pensarlo demasiado: son las cosas que quedan. Más que las teorías, más que los tratados. Porque son frutos: nacidos por casualidad, cultivados con esmero, ofrecidos sin querer nada a cambio.
En nuestro tiempo —tan lleno de contenidos y tan pobre de sentido— el mayor riesgo es la esterilidad. Se produce mucho, se crea sin cesar. Pero poco permanece. Pocas cosas generan algo más. La creatividad, si quiere tener dignidad, debe producir un legado. Debe poder mirar atrás y decir: esto ha dado origen a otra cosa.
dar creatividad a la inteligencia artificial arriesga la esterilidad humana
No se necesitan grandes números. No se necesitan monumentos. Un eco es suficiente. Una idea que se mueve. Una persona que cambia de hábito. Una frase que redirige una mirada. Si esto sucede, entonces el gesto ha tenido éxito. No es estéril. No está muerto.
Por eso es necesario, hoy más que nunca, hablar de generatividad. Porque se intercambió crear con mostrar. Se intercambió la voz por el eco. Se creía que era suficiente decir, hacer, publicar, firmar. Pero el mundo no cambia por acumulación. Cambia por resonancia.
El acto creativo que perdura, que impacta, que regresa, nunca es gratuito. Requiere trabajo. Escucha. A veces dolor. Requiere que el autor desaparezca, que la obra se separe de él, que viva por sí misma. Como los hijos que no nos pertenecen. Como las palabras bien dichas: una vez dichas, no vuelven.
Quien crea de verdad no quiere ser recordado. Quiere que algo sea recordado. Y si es posible, retomado. Reformulado. Reescrito. La verdadera obra no cierra, sino que abre. Su señal no es la originalidad, sino la capacidad de generar otra obra, otro pensamiento, otra vida.
Este es el criterio. Este es el único rasero honesto.
Tradotto da: Antonio Fiorella