Desde el punto de vista del más allá, el libro elegido es Maldito Karma. A continuación, viene mi primera anécdota personal. Hace unos diez años, al regresar de un viaje internacional, al llegar a casa en las Canarias, recibí la llamada de un adepto de una doctrina religiosa especializada en la interpretación de la Biblia, en resumen, un Testigo de Jehová. Me habló en italiano. ¿Casualidad o intuición divina? Así que ya sabían algo sobre mí. "Sabe", respondí, "parece que hay 450 versiones de la Biblia." El aturdido tiene fe en sus maestros de fe. "Sí, cansado estoy, no gracias, todavía no estoy listo para el tránsito al otro mundo. No, no tengo prisa por descubrir lo que me/nos espera... Disculpe, solo quería decir que estoy realmente cansado. Sí, estoy de vacaciones. Pocos días. La próxima vez. Es posible que..." Al año siguiente, otra llamada, el mismo guion. No recuerdo cuándo les pedí el favor de no volver a llamar, apelando a divinidades extra/ terrestres o al garante de la privacidad. Me advirtieron que mi actitud sería fatal para mi pobre alma. Y durante un tiempo me quedé atónito ante la perspectiva de la condenación eterna. Solo después de leer Maldito Karma me liberé de esta obsesión y me resigné a aceptar cualquier veredicto. Habría ocupado el lugar asignado por el azar o según las modalidades de Ryanair reservadas a los viajeros con tarifa básica. Al fin y al cabo, el autor del libro mencionado, David Safier, garantiza que existe un paraíso budista al alcance de todos los agnósticos.
Marta Sanz, autora de Persianas metálicas bajan de golpe, no anuncia el colapso económico de los pequeños comerciantes como a primera vista parece sugerir el título. La suya es una novela distópica que desorienta acerca de nuestro futuro próximo. Sobre el trasfondo de un mundo-ciudad-país, la autora, entre otras cosas, proyecta un sistema (¿sanitario, público o privado?) poblado de drones.
Flor azul reivindica la asistencia social entre sus funciones.
Leitmotiv, una especie de banda sonora, persianas metálicas que bajan de golpe. El libro te pone los pelos de punta. Y la mente despierta. (Una vez escuché que del cerdo no se desperdiciaba nada: ¡incluso el pelo se usa/ba, para cepillos! ¡Exactamente igual que los datos de, digamos, un vuelo de avión!) Pero el recuerdo evocado anteriormente también surgió debido a otro suceso. Hace tiempo (más o menos en estos términos: esperando que tu alma inquieta encuentre el camino maestro hacia el futuro) me recomendaron encarecidamente contratar un seguro médico. Y desde que firmé una póliza, a intervalos cortos, mi compañía de seguro me exalta de mil maneras lo saludable que es cuidarse a uno mismo. Todo está al alcance del beneficiario de la póliza, incluido un chequeo médico. Cuando leí el aviso sobre el chequeo médico, expresé mi interés y me quedé a la espera de una convocatoria y una fecha. La primera vez me llamaron la víspera de mi viaje a Cantabria. La disponibilidad coincidía, exactamente, con la semana de mi ausencia. Esto sucedió el pasado marzo. Dos meses después, reservé otro viaje: una reserva de última hora y un viaje de pocos días. Otra llamada, disponibilidad para el chequeo médico, de nuevo, durante los días que estaba fuera de casa. “¿Otra posibilidad?” No, no se puede acordar una cita con antelación. Depende de muchos factores. “Comprendo, sí, la vida es una lotería, no podemos determinar de antemano el buen momento”. Y tampoco esperar los altibajos de la suerte. “¿Esperemos en el ángel de la fortuna?” “Sí, pronto cada uno tendrá un ángel guardián personal que capta nuestros pensamientos y vigila nuestro camino. Mientras tanto, ten paciencia”. A la espera, pacientemente, estoy meditando un viaje relámpago sin maleta, pero asegurado por cancelación de vuelo… Serviría como tercera verificación. Me frena la idea de seguirles el juego: pagar una segunda vez en busca de protección ¿para obtener un servicio ya pagado?
Como escribe Marta Sanz, el porvenir que nos espera —del que ya recogemos algunos frutos— es un mundo virtual gobernado por la tecnología, la explotación, la represión policial, y el miedo a las enfermedades y a la muerte. El teléfono móvil es el rosario del mundo-metrópolis-país, "Land in Blue (Rapsodia)", registrado con nombre y sello discográfico. China ha sido borrada del mapa geográfico, es un espacio mítico y un libro de recetas. Los drones enamorados envían datos a la central que nunca serán tomados en consideración. Datos y más datos se acumulan, convirtiéndose en un crescendo infinito. Deep fake news, bulos, sofisticados engaños, espejismos, servicios provistos con cuentagotas mediante contratos y subcontratos, compensaciones irrisorias en origen (a clínicas dentales, médicos, agricultores) y costes disparados para el consumidor final. El ingeniero jefe, posicionado en la escala superior de los humanos, se limpia el culo blanco con los informes de la tecnología que él mismo genera.
A intervalos los ventrílocuos exaltan lo saludable que es cuidarse a uno mismo.
Invisible pero omnipresente, el dios-dinero. Los bienes esenciales son caros, el agua racionada, la comida escasa y alterada. Virtuales, manipulados, subliminales son los recuerdos de los ejércitos —en contra las restricciones por el cambio climático, las innovaciones digitales, las vacunas— apoyados por horticultores, teóricos de la conspiración y Testigos de Jehová con primitivas pancartas contra las transfusiones de sangre. ¡Aleluya! ¡Inshallah! ¡Que Dios salve al rey y a la reina!
Hoy no llueve y mañana tampoco lloverá, sino para amortiguar las explosiones procedentes del núcleo.